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«Olvidado Rey GudГє», Ana Matute

Dedico este libro a la memoria de H. C. Andersen, Jacob y Wilhelm Grimm y Charles Perrault.

A todo lo que olvidГ©.

A todo lo que perdГ­.

 

PRIMERA PARTE

I. LOS MARGRAVES

Los hijos del Conde Olar heredaron la extraordinaria fuerza fГ­sica, los ojos grises, el ГЎspero cabello rojinegro y la humillante cortedad de piernas de su padre.

 

Sikrosio, el primogГ©nito, tenГ­a mГЎs rojo el pelo, tambiГ©n eran mayores su fuerza y corpulencia, su destreza con la espada y su osadГ­a. Por contra, de entre todos ellos, resultГі el peor jinete, precisamente por culpa de aquellas piernas cortas, gruesas y ligeramente zambas que algunos -bien que a su espalda- tildaban de patas. Si hubo algГєn incauto o malintencionado que se atreviГі a insinuarlo en su presencia, no deseГі, o no pudo, repetirlo jamГЎs.

 

Desde temprana edad, Sikrosio dejГі bien sentado que no se trataba de una criatura tГ­mida, paciente, ni escrupulosa en el trato con sus semejantes. Su valor y arrojo, tanto como su naturaleza, no conocГ­an el desГЎnimo, la enfermedad, la cobardГ­a, la duda, el respeto ni la compasiГіn. Pronunciaba estrictamente las palabras precisas para hacerse entender, y no solГ­a escuchar, a no ser que se refiriesen a su persona o su caballo, lo que decГ­an los otros. No detenГ­a su pensamiento en cosa ajena a lances de guerra, escaramuzas o luchas vecinales y, en general, a toda chГЎchara no relacionada con sus intereses. Cuando no peleaba, distribuГ­a su jornada entre el cuidado de sus armas y montura, la caza, ciertos entrenamientos guerreros y placeres personales -no muy complicados Г©stos, ni, en verdad, exigentes-. Era de natural alegre y ruidoso, y prodigaba con mucha mГЎs frecuencia la risa que la conversaciГіn. Sus carcajadas eran capaces de estremecer -segГєn se decГ­a- las entraГ±as de una roca, y aunque consideraba probable que un dГ­a u otro el diablo cargarГ­a con su alma, tenГ­a de Г©sta una idea tan vaga y sucinta -en lo profundo de su ser, desconfiaba de albergar semejante cosa- que poco o nada se preocupaba de ello. Amaba intensamente la vida -la suya, claro estГЎ- y procuraba sacarle todo el jugo y sustancia posibles. A su modo, lo conseguГ­a.

 

Pero un dГ­a, Sikrosio conociГі el terror. El terror naciГі de un recuerdo y culminaba en una profecГ­a. El recuerdo le asaltaba inesperado, cada vez con mГЎs frecuencia, y llegГі a amargar parte de su vida. La profecГ­a -que vino mucho mГЎs tarde- la destruyГі definitivamente.

 

Y todo esto comenzГі una maГ±ana, apenas amanecida la primavera, junto al rГ­o Oser.

 

Aquel invierno habГ­a cumplido diecinueve aГ±os. SabГ­a -pero jamГЎs recordГі cuГЎndo, ni en quГ© circunstancias- que saliГі de caza, que estaba cansado y que se habГ­a tendido en la reciГ©n nacida hierba, muy cerca de la vertiente que descendГ­a hacia el rГ­o. AГєn habГ­a zonas de hielo y nieve sin derretir en las sombrГ­as hendiduras, junto a la espesura que a la otra orilla del Oser iniciaba la selva.

 

Para todos los habitantes de la regiГіn, el origen del rГ­o era un misterio. El manantial de su nacimiento brotaba en la espesura norte, allГ­ donde nadie se adentraba. Solamente su nombre -llegado a ellos no sabГ­an cГіmo- les estremecГ­a igual que la palabra de un libro prohibido o como la huida de algГєn reencuentro que nadie deseara y cuyo solo presentimiento les turbara.

 

De improviso, algo que no era brisa, ni pisada de hombre o animal, ni aleteo, ni, en fin, cuanto su oГ­do de cazador conocГ­a, agitГі sutilmente la maleza. Sin razГіn alguna -su instinto se lo advertГ­a-, un ave huyГі, espantada. Y a poco la vio caer a su lado, como herida. Pero no habГ­a sangre, ni en sus plumas ni en el olor de la maГ±ana. Era una muerte inexplicable, una especie de caГ­da sobre sГ­ misma, sin heridas, mostrando tan sГіlo las huellas de su pavor, arma invisible. ContemplГі su Гєltimo palpitar en el suelo, la vio estremecerse, agonizar y, al fin, quedar inerte.

 

Sikrosio no avanzГі ni un dedo hacia ella. HabГ­a caГ­do un rayo de luz que atravesaba el resplandor de aquel sol apenas brotado, que aГєn parecГ­a verterse en el cielo como un lГ­quido. Entonces sintiГі que la tierra temblaba bajo su cuerpo, y era aquel un temblor levГ­simo. Para quien no conociera la ГЎspera y delicada naturaleza como Г©l la conocГ­a, era un temblor casi impalpable, parecido a un sordo retumbar, aunque sin ruido: redoble de lejanos tambores, pero mudo.

 

Sikrosio notГі cГіmo su cuerpo se inundaba de sudor, a pesar de que el calor no habГ­a llegado aГєn a aquellas tierras. Como vio hacer tantas veces a culebras y salamandras, reptГі hasta allГ­ donde la maleza y hojarasca eran mГЎs tupidas y apretГі la jabalina contra su costado. Entonces, sobresaltado, oyГі los cascos de su caballo -que hasta aquel momento pacГ­a cerca de Г©l- en una alocada huida. Su relincho atravesГі el cielo, igual que una flecha de muerte, y Sikrosio oliГі la muerte, clara y fГ­sicamente: era un olor que conocГ­a bien.


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